viernes, 6 de noviembre de 2009

SOBRE LA VERDÁ…

En estos versos via hablá
De la nueva sensación,
Que es guardarse la opinión
Para ser mas respetá
Y hasta a veces almiráu
Por parecer muy correcto
Aunque seas un insurrecto:
Mejor el pico cerrau…

Permítanme compañeros
Disentir su posición
Prefiero dar mi opinión
Sin miedo a ser criticau
el hombre que se ha quemáu
Profesando su verdá
Ya tendrá oportunidá
De un buen reconocimiento

No es que no le haya pifiao
Transitando mi camino
Es como si el destino
Me lo hubiera relatau:
Mejor haber caminau
Y rodao por el piso
Haciendo lo que uno quiso
Que lamentar por mandao…

Alguna vez he reído
Y otras veces lloraré
Pero no me guardaré
Lo que tenga pa cantá:
Primero esta mi verdá
El sello que convalida
Va a acompañarme en la vida
Mientras esté por acá…

FIN

Por Daniel Martín Jolý (Tito)

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Mi niñez

Nadie, sólo nosotros que salíamos a “conquistar el mundo”, de pasto, de bicicletas, de pelota, de tierra, de rostros colorados por el sol de la tarde.
A la hora de la siesta comenzaba la vida, era llegar rápido cada cual a su casa, dejar la pesadísima mochila, comer velozmente lo que mamá había preparado para el almuerzo con manos únicas, y su amor inigualable.
Y ahí sí, con el último bocado pidiendo permiso, con la cara empapada de falsa santidad, y de verdadera inocencia, papá aprobaba nuestra salida hacia la aventura diaria.
El timbre, un grito, o el simple chiflido con dos dedos en la boca, bastaban para que en pocos segundos nos encontráramos reunidos todos los niños, nadie se encargaba de llamar a los demás, sino que cómo en una comunión, cada quién conocía su rol y actuaba casi innato. Remeritas descoloridas y viejas, zapatillas sucias, pantalones cortitos, junto con el inmenso e inalcanzable cielo, y risas agudas se apoderaban de la tarde.
Pan y queso resolvían la cuestión, - vos vení para acá, ustedes vayan para allá-, y cuando queríamos acordar, nos encontrábamos divididos en equipos, poblando el “campito”, para comenzar una nueva final del mundo. Los rostros de chiquillos adorables se transformaban en caras que intentaban ser desafiantes, aunque los cuerpitos desgarbados, flacos, revelaban nuestra infantil forma de querer ser grandes. Lo que creíamos era el orgullo, estaba en juego.
Más de una vez esos partidos terminaban porque o a “Marito” lo llamaban para tomar el té, porque un auto reventaba nuevamente la pelota, o porque “Tincho”, “Yaca”, “el Negro”, “Armandito”, “Tavo”, “Pablito”, “el Pira” o quien fuera se agarraban a trompadas, dejando de lado la amistad incondicional. Por un rato, ya que cuando terminaba ese momento de riña, todos y cada uno, éramos igual, o más amigos que antes.
La leche chocolatada con galletitas, el yogur con cereales en lo de “Pali”, el pan con dulce de leche en lo de Bernabé antes de caminar para la escuela.
Y la casa abandonada. Refugio de posibles, fantasmas, o de señora mayor que vive sola, tenebrosa, con vestidos de abuela, pero más usados, raídos y grises. Con cabello hecho ceniza, con mirada penetrante y triste. Contraria a nuestra felicidad, de piedras contra su techo de chapas, de gambetas a su manguera con la cual intentaba mil veces mojarnos. De ring raje por el barrio, de golpes a la ventana de Pablo, quién nunca salía a jugar. Y pablo con su látigo, y con su ira, nos corría, presto a pegarnos, y nosotros que gritábamos y corríamos más fuerte que nunca hasta la vía, o lo más lejos posible con el sudor, y la risa llenándonos la infanta humanidad.
No reparábamos en el reloj, salvo los primeros días cuando algún pariente, o mi tía Gladis, me lo regalaba, era mostrárselo a los chicos, descifrar los innumerables botones, y listo. Ese aparato ya había cumplido su papel. El tiempo era eterno, nuestro.
Y que bien lo utilizábamos!!!, aparte del fútbol mil actividades preñaban los jornales, andar millones de kilómetros en bici, y hasta construir chozas. Ahí sí, la imagen femenina de mi hermana auspiciando de arquitecta, y al cabo de unas horas, teníamos refugio, satisfechos por la labor, observábamos la construcción desde todo punto posible, y disfrutábamos en el interior de la vivienda, hasta que otra mentecita genial, ideara algo nuevo. O hasta que llegara la noche, inalcanzables estrellas, prendidas, cómo nunca más lo estuvieron, refulgentes extensiones de luz infinita.
Y la voz firme, -Chicos adentrooo!!!, mamá o papá qué importaba, si igual se terminaba el paraíso, cansinos, entristecidos, y mugrientos retornábamos a nuestras casas. Otra vez la comida, el horrible baño. –andá vos primero, ayer fui yo-.
Y la cama, fresca, y el corazón cálido, interminables imágenes de lo vivido se cruzaban por mi cabeza. Que porrazo se pegó Adriano!!!, no me puedo errar ese gol, que burro!!!. Los ojitos bien abiertos en la gigantesca oscuridad del cuarto, con la puerta abierta. –Agustín dormí, dale que mañana tenés que ir a la escuela-. Minutos para evacuar esas imágenes que se habían apoderado de mí, y los deberes otra vez sin hacer. La culpa, -Má, Pá, que sueñen con los angelitos-, segundos eternos, y desde la otra habitación al unísono–Vos también hijo que sueñes con los angelitos-. Las persianitas de piel se cerraban derrotadas…

lunes, 2 de noviembre de 2009

Holocausto

La mirada raída de vejez infantil,
el cristal divisorio de realidades.
La nariz putrefacta, desigual en aromas.
La marcha cansina por senderos perpetuos.
Vela de estrellas filosas como espadas
Lagañosas mañanas le hielan su tez,
Crepuscular, la horda lo soslaya a su paso,
Y el pequeño indefenso reclama “su niñez”.


Por Agustín D´Alessandro

Pernoctación matutina

La “Estrella azul” de Peteco, el “Unicornio” de Silvio, mi madrugada.
Gustosa melancolía de tiempo muerto…
Ambición inmortal de los sueños cercanos, que se esfuman cómo tu belleza magnífica, al abrir los ojos.
Transito elevando ideales, siempre ajenos, pues lo propio nunca fue mío.
Cada rayo de sol, y cada gota de luna, conciben mi ser-humano.
Más el alma de Agustín, decide franquear la figura existencial de la persona, y entre hálitos de pensamiento, recuerdos, voces (silencios), música y Malena. Transcurre la felicidad.
Lúdica ama, solitaria, que con baños venturosos (des)tiñe almas mustias. Diosa, inalcanzable y quimérica, pero posible…

Apocalipsis de Agustín

Ya morí, por eso puedo recitarles a ustedes mortales espíritus “La verdad”.
Primero, les detallo que el cielo no es tan celeste, sino que en el horizonte donde yace el arco iris más perfecto, un rojizo matiz de sangre corta perpendicularmente la perspectiva que conduce al hogar de dioses (probablemente eternos).
Si bien hay Arcángeles que con arpas deleitan la estadía por estos andurriales, el bello sonido al cabo de prolongadas (e interminables) horas se vuelve agotador, cómo lo es la armonía de sus miradas, embrujadas.
He oído la cercana voz de algún dios, que me acarició con palabras en despertares monótonos, pero nunca lo he tenido frente a mí. Al menos corporalmente (aún me cuesta desterrar ciertos prejuicios).
No puedo apuntar que extrañe mi ingrata vida de pobreza intrauterina, imperecedera.
Por de pronto, me encuentro recostado en una enorme hoja de laurel, sin penurias, pero igualmente sin tareas, ni ambiciones. Observo, lo que creo es la nada, me sumerjo en nubes que perpetuamente rebotan en el fin del escenario, para bajar una vez más a la tierra a convertirse en otras.
Y no soy feliz, nunca lo he sido. Tengo todo, pero no a todos, igual que antes. Los muertos lloran a los vivos, que a su vez sollozan por el descanso en la vida ¿eterna? de aquellos.
Concluyo en que ¡la soledad es inmortal!. Pacíficamente me levanto de aquella mullida hojuela y voy marchando en busca de compañeros, con una sonrisa de amistad tangible, los invito a ser camino.



Por Agustín D´Alessandro

Todo lo sólido se desvanece en el aire

No se si estoy pensando, de hecho no se si estoy existiendo, tampoco si existí, si ya me extinguí (en el caso de que haya existido), poniéndome más recóndito en mi sinapsis, no se si existiré (en un futuro). Si tal vez soy la invención de alguna mente maléfica, o celestial. Si me he reencarnado en esto que soy (si es que soy)…
O por ahí ésta, sólo sea una reencarnación espiritual o racional, de alguien que está creándome en su mente, en ese caso, no soy más que la fantasía de un vagabundo, o de un filosofo mediocre, o de un escritor de novelas, que sin saber en qué pensar, me creó en su submundo real/ficcional. Es decir no tengo ninguna certeza de nada. Excelente!! Me digo, o le señalo al que me creó, o le cuento al que fui. Aquí aparece el verdadero sentido metafísico, LA DUDA, de ella surge el pensamiento, y del pensamiento surge la duda. Y de ambas a su extremo, desencadena, la locura…

Guerra fría

Existen tantos dioses cómo pecadores. Y existen tantos diablos, cómo dioses hay.
¿Paradojal coincidencia, pregunta existencial, o realidad ficcional?
Unos venden mundos perfectos, otros temidos castigos.
Y entre la batalla atemporal por el poder, levita el ganado humano.
Imberbe, acéfalo, solidario para amar y (también) para lapidar.
El egoísmo se “mama” del “más allá”, pero se practica en el “más acá”.
Pordioseros aristócratas gentiles, auspician de súper-héroes terrestres, y el público sediento de deseo acepta despojarse.
El bien y el mal ansían con feroces fauces infinitas a los seres caminantes, que programados (¿innatamente?), prefieren cuidar su culo, que alzar la voz.
Eva prepara puré de manzanas, con lo que Adán recibe cómo donación en los barrios. Lucifer, saborea el banquete y Jesús lo imparte cómo panes y peces.
La muchedumbre (por su parte), agradece tamaño gesto y alimenta su cerebro intacto, límpido…

Por Agustín D´Alessandro

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