miércoles, 1 de diciembre de 2010

Debate intrauterino sobre un subtexto (Cáp. I.)

-De no creer, de no creer-!!!! Es lo que cree decir quien no cree en nada.
Más la nada es un abismo sobre el cual la creencia no tiene más sustento que la fé.
-Ah! de ahí surge la religión- supera una voz interior.
Impenetrable culto que se abre paso entre las raíces humanas desterrando vísceras tanto como ideas, destruyendo aldeas así como naciones.
–La ideología es sólo una- agitan los mercaderes mundiales, desde sus barcos de titanio (inefables).
Y la sangre corre por las cunetas de las villas, plagadas de indignos habitantes que quisieran también pertenecer… al progreso…


Por Agustín D´Alessandro

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ama

Celestial tu voz me seduce,
trato de no ceder a la tentación pero una vez más me desmorono en tus labios,
me dices al oído lo que quiero escuchar,
sueño,
flotando voy en la invención que me atrapa.
Me detengo en la bahía fresca de tu pecho y lloro,
solo.
Sollozo y sigo berreando,
El mar de lágrimas recorre tu abdomen bajando por las nalgas de ángel maligno,
Al caer al suelo explotan.
Sucumben al llegar al cielo,
ahí recién comprendo que no existes (otra vez)…



Por Agustín D´Alessandro

martes, 9 de noviembre de 2010

Mersapiens!?

Humanos mediáticos marchan uniformes, estúpidos y semejantes.
Descuartizados de prejuicios (según creen), impávidos.
Ni el viento que ronda por sus rostros de acero logra despegarlos de su ignorancia perfecta.
Mancomunados y presos adoran al “Rey LCD”, quién con deslumbrantes colores mas bellos que la tierra misma (pero irreales), los bendice en el nombre del latifundio, de la “campaña del desierto”, y de la incosciencia provocada.
Todos, grandes y chicos van, tomados de sus manos derechas, y en la burbuja que forma su aura exclusiva, suponen opinar...


Por Agustín D´Alessandro

miércoles, 6 de octubre de 2010

Probaste con...

La pantalla apenas ininteligible entre colores, sinuosas curvas (siempre peco de redundante), flashes, muchísimas más curvas, y monólogos expuestos al aire (en el aire), que pasarán con pena y sin gloria demostrando el valor de la ¿inmediatez? Al menos hasta mañana.
Tomo nuevamente el mágico aparatito que me conduce hacia ficticias realidades, vale aclarar, insospechadas no tantos años atrás. Allí un hombre esbelto con la cabellera libertaria, y actitud tenaz muestra su “conejillo de indias” (esta afirmación no es al azar). Hoy le tocó a Descartes dirá, aquel filosofo que se permitió dudar hasta de Dios, para analizar el porqué de las cosas. Y entre ejemplos mundanos y frases llegadoras (cómo diría José Larralde), aquel valiente intentaría el milagro, que la filosofía se mediatice.
Pero mi mano y mis ansias globales (o globalizadas que es más triste), no permitirían detenerme en ese sub-mundo más que 5 minutos, así el dedo inquisidor siguió su cauce liberal, para desembocar en un raro sonido repetido a escala, cómo si las canciones fueran una sola de infinita duración, cómo si el interprete fuera por ende uno solo, variando la figura, y la contextura, no así la voz que en caso particular era lo que mayormente perturbaba.
Después de un largo rato de que mis sentidos sintieron el frenético clamor tropical (hasta aprender tonos y letras a rabiar), nuevamente las neuronas (con mucho esfuerzo) hicieron sinapsis, y ello se tradujo en que el “fetiche inmaculado”, se decidiera a andar, sin rumbo fijo, por unos instantes navegó entre explosiones visuales, voces, sonidos, risas, llantos…
Y allí la sorpresa fue total, era cómo que el mundo, al menos ese que me tocaba ahora. Se presentaba ante mis ojos (¿parodiado?), paso a explicarles que los personajes eran bien parecidos (qué frase correcta aunque no sepa bien su significado). El escenario se presentaba así. Un puñado de hombres vestidos uniforme y millonariamente. Y del otro lado, a kilómetros del pedestal, cómo siempre la masa también uniforme, pero sin dinero.
Milagros, aceites y promesas vanas, de los primeros juraban mejorar las desdichas, las soledades, y los tormentos de los otros, todo siempre al módico precio que los primeros impusieran. La sociedad reunida, mancomunadamente presentándose ante los dioses terrenales, que oficiando de gobierno, y con el alma límpida de gloria guiaban el ganado hacia el matadero. Justo en ese instante zas!!!! Un bajón de corriente apagó mi tele, sin pensarlo demasiado me levanté impávido, con una sola idea, sí encender nuevamente (y lo más rápido posible) el televisor. En el trayecto a realizar tamaña tarea se interpuso ante mí Rayuela, la novela de Cortázar, la cual de a ratos iba leyendo sin mucho empeño.
Es increíble que una tarde más, logre desafiar a cada persona imponiéndole a pensar en lo que cada quien quiera ser. El diablillo malo, y el bueno se me posaron en cada hombro endulzando mis oídos (respectivamente cada uno el suyo), con placeres, y demás frutas, sin permitir la permanencia de los grises, o esto o aquello me dijeron casi en una sola voz. Dos chasquidos, casi imperceptibles me libraron de esos pequeños inquisidores, y me fui silbando bajito escuchando a Larralde, eso sí en mi nuevo Mp (no se que número).


Por Agustín D´Alessandro 2008

lunes, 4 de octubre de 2010

Hay que estar muerto nomás

Dice mi imaginación, que cierta vez en algún lejano poblado de una provincia de cualquier país, existía un hombre tan pero tan solitario que muchas veces se confundía con su propia sombra.
Este personaje se paseaba por las calles recitando frases de amor a las señoras, chistes a los pequeños y arengas a los más pesimistas de los pobladores de aquella región. Sin embargo nadie le prestaba atención, o mejor dicho sí, porque cuando se acercaba a una dama que estaba regando, para comparar sus atributos físicos con los pétalos de la más bella flor, esta le atizaba un chorro de agua empapando su saco raído y percudido, incitándolo a marcharse tieso de frío (en invierno), pero con la sonrisa de libertad que tienen los vagabundos. O los niños cuando lo corrían con ramas para pegarle, tradición que pasaba de unos a otros, por años.
El hermano del errante poeta, era el alcalde de la villa, y su perfil de hombre elegante y reconocido, poco tenía que ver con la desfachatez de su pariente cercano.
Entre tertulias, inauguraciones y palmadas de alabanzas, el funcionario fue feliz. Incluso viajando por el país y prometiendo traer “el progreso” en las más humildes chozas de cartón. Mientras las caritas tristes de los habitantes esbozaban esperanza, adornada y efímera por las palabras del gobernante. Que luego se marchaban como siempre en su coche oficial, junto con el político.
Relata la leyenda (que acabo de inventar, sssshhh!!! No le diga a nadie lector/a), que los hermanos eran los únicos que no sabían de su lazo sanguíneo. Todo el pueblo conocía la historia pero nadie se animaba hablar, mas que nada para proteger la imagen del alcalde.
Cierto día, pongámosle el 15 de junio del algún año, se produjo un hecho único en el poblado antes nombrado, los hermanos murieron producto de un ataque al corazón a la misma hora y cruzándose en la esquina de la plaza principal. Cuentan unos testigos del triste evento que antes de caer muertos, los hermanos se miraron e intentaron decirse algo en un idioma indescifrable.
Después hubo ceremonia de despedida para el alcalde, todo el pueblo salió a despedir el cortejo fúnebre, entre aplausos y lágrimas vitorearon su nombre. El otro en cambio, el vagabundo, fue cremado en un horno de panadería abandonado por unos pocos conocidos, -más que nada para que no quede olor a podrido- dijo una vieja.
En un sueño días más tarde, alguien me narró que allá arriba los esperaba alguien con los brazos abiertos, y que saludó a los dos por igual.

Por Agustín D ´Alessandro

viernes, 1 de octubre de 2010

Juancito *

Sábado, diez de la noche y el pequeño termina de lustrar los “Fulvencito” por tercera vez. Mamá cocina ravioles con salsa mientras papá mira deslumbrado sin poder creerlo, el potente cabezazo que el “Pampa” Biaggio estalla en el travesaño que da al riachuelo, en la bombonera. Minutos después el partido termina empatado.

Juancito acomoda por enésima vez el bolsito rojo con todos los menesteres, los botines que de tanto brillo parecen la cara de Mirtha Legrand, piensa con una sonrisa única, las vendas más blancas que cualquier publicidad de jabón líquido, las canilleras, el Átomo desinflamante, y en un bolsillito lateral ubica las ilusiones, que son tantas que casi no entran. Hasta que el cansancio y esas ilusiones de niño, se tienden con el sueño.

Domingo, nueve de la mañana. Una vez en el micro todo es alegría, los chicos emulan a las grandes hinchadas argentinas con cánticos –volveremo volveremo volveremos otra vezzzz…-

Ya en 25 se respira nuevamente el olor a pueblo, árboles que inundan de oxígeno los pulmoncitos de los pequeños que inhalan por a través de la ventanilla abierta del viejo colectivo, Felices y cristalinos de amateurismo.

La charla técnica, que más que charla es la enseñanza de un profe. Los ojitos brillosos de los “infantiles profesionales”, cosquilleo en la panza, y el salir a la cancha a jugar la primer final de sus vidas.

Mucho pelotazo en el primer tiempo, los centrales de ellos sacan todo lo que se cruza, incluso se comenta que el 6 contrario casi cabecea un pájaro.

El segundo tiempo arranca mal, a los diez minutos una pelota en cortada a lo “Canario” Oyhanart en sus primeras épocas de La Lola, el 9 que queda solo y define cruzado, 1 a 0 para ellos.

El tiempo pasa ya van casi treinta, y Juancito sigue firme en el banco mirando al técnico. La cara de pequeño extasiado por las palabras del profe al llegar al estadio, cambia radicalmente a la de resignación y odio. Cuarenta y cinco minutos del segundo tiempo, ya no hay nada que hacer, y el técnico que con un gesto adusto lo llama a Juancito. Tiro libre a 25 o 30 metros –Pegale vos 15- dice.

La pelota no besa el travesaño, sino que como un ave que busca su derrotero queda inerte en la red, pegada por ese instante, para siempre.

Juancito mira el banco mientras levanta sus brazos, posa sus ojos en la figura del entrenador, y con sus manos rodeando sus sienes le dedica un “Topo Giggio”.



* Este relato salió en la edición del lunes 25 de septiembre en la revista local "El Clásico"



Por Agustín D´Alessandro

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Yo-yo

Mi alma decide abrir la portezuela del cuerpo que la acuna y se sienta a su lado. Lo mira, lo contempla con sus ojos de espíritu y entiende que juntos forman esa unidad sustancial que es mí ser.
Mi cuerpo por su parte, utiliza sus sentidos y la advierte con vista de humano. Observa el aura mágica que la recorre, constituyendo una figura imposible de explicar en palabras, imágenes o representaciones de estas.
Después de permanecer así un tiempo inconmensurable (que sólo ellos conocen). Deciden comunicarse a través de un dialecto significante por símbolos creados para ese único momento. El cuerpo comienza confesando que lo inquieta no saber sobre la veracidad o no de lo que sucederá después de la muerte terrenal.
El alma sin embargo considera que su entidad es trascendental y que la espera en paz por la llegada de lo que llama “otra vida”, no es tema de preocupación alguna, debido a su condición de tal.
Allí el cuerpo interrumpe al “ánima” en su monólogo, acusándole de egoísta, pues claro, el perecerá como perecen todos los elementos capaces de pudrirse en el infierno, piensa.
Seguidamente el alma lo abraza recubriéndolo, celestial, hasta convertirse nuevamente en un módulo existencial, y reflexiona –después de todo, mas hoy que mañana sabemos que estamos vivos-.

Por Agustín D´Alessandro

viernes, 10 de septiembre de 2010

Final del miedo

Ni bien cerró la puerta cayó desplomado por el terror, es que aún en su pensamiento la mirada del animal permanecía inmóvil. La traición, la contemplación asesina del felino blanco. Y la respiración agitada, el peligro que cesaba de a poco.
Ya desde pequeño temió a los gatos, además de a las víboras claro. Y ahora que tenía quince años y se sentía más fuerte que “Heman” en muchas oportunidades, no podía contra ese escalofrío que le subía desde los talones hasta la punta de los pelos.
Una vez que el corazón dejó de golpear como un martillo se dirigió a su habitación y permaneció boca abajo en su lecho, hasta que el sueño le ganó la batalla cotidiana.
Ya por la mañana el muchacho se levantó y desayuno como lo hacía todos los días, dos tostadas con mermelada y un café con leche bien caliente. En la escuela no escuchó a los profesores (como siempre), pero en vez de dejarse llevar por obras de teatro fantaseadas en el momento, o charlas imaginarias con personajes muertos, pensó en la mirada asesina del día anterior a las once de la noche afuera de su casa. Pensar en el fin lo apenó. Todavía era tan joven para morir, aparte esa niña del pueblo vecino que lo tenía tan enamorado, y la vida junto a ella y los hijos, y viajar por el mundo. Y sus padres y amigos, además del fútbol y los libros.
Descartó la psicóloga una vez más, no me gusta hablar con otros humanos, prefiero a mis amigos invisibles se dijo. Y así pasó la mañana y retornó a su hogar.
-Qué ricos ñoquis Má- gritó minutos después, y su madre sonrió con su sonrisa de madre.
A la tarde mientras se prestaba a salir a jugar al fútbol con sus amigos, observó que desde la casona abandonada frente a su ventana se podía ver nítidamente al enemigo, con sus patas musculosas ronroneaba frente a un resto de pescado podrido, con la piel blanquecina, hermosa y feroz. Ni bien el gato le clavó los ojos como garras en los suyos, el muchacho comenzó a temblar. Tirado en el piso con un símil ataque de epilepsia estuvo varios minutos, luego se reincorporó.
Salió hacia la calle con la mirada perdida, cruzó de vereda mientras el felino desgarraba las escamas con violencia. Se detuvo a pocos metros, lo repasó con sus ojos devorando el cuerpo del animal con la vista. El gato se paró sobre sus patas erguidas, el pelaje se volvió de acero, y en esa lucha de poder la tierra se abrió como una fruta madura, después de todo esa era zona de sismos frecuentes.



Por Agustín D´Alessandro

jueves, 2 de septiembre de 2010

Habráse visto

Lector, no se le ocurra siquiera pensar en “ojear” nuevamente las líneas que aquí exhibo, no es una amenaza, sino que anoche tuve un sueño espantoso donde todo aquel que leía un texto por segunda vez en su vida, se volvía poeta, o intelectual al menos. En ese reino representado mientras descansaba, todos eran inteligentes, no existía ni un solo idiota que se vanagloriara de su calidad de tal.

Los bebés por ejemplo, en vez de aprender a decir mamá como primera palabra, gritaban “bella señora que me acuna entre sus senos de cristal, por favor, déme un sorbo de su dulce elixir blanquecino”. Y las madres sin inmutarse respondían ante la inigualable solicitud. Claro que UD, consumidor de esto ya escrito pensará, si los bebés nunca han leído nada como puede ser que se hayan vuelto eruditos, yo humildemente respondo como dicen las ancianas en aquel pueblo “dicen que viene en los genes, dicen…” Nota: los ancianos hablaban así, el relato es mío y hago lo que quiero ok?, aparte es un sueño…

Otro ejemplo de la excelente expresión del lugar, se daba cuando un vecino pedía a otro un simple terrón de azúcar, interrogando “Las hierbas de mi té necesitarían fundirse con la dulzura de un cubo acaramelado ¿podría cederme uno de los de su tienda humilde gran señor?, a lo cual el segundo asentía “válgame el creador, compañero de tertulias y otras empresas mi tesoro es también el suyo, tómelo”, ofreciéndoselo.

Todo giraba en torno a “las luces” en esa aldea de fantasías, hasta que ocurrió eso otro.

Cierto día llegó al poblado un joven de unos veinte años que lo único que gritaba los cuatro vientos era “fierangas, nadie se copa y me tira un sangu que vengo pateando desde hace rato, ah! y una fresca plisssss, dale…”, lo pobladores fueron saliendo de sus casas, lentamente, caminado con libros en sus manos, con juegos de ingenio los más pequeños. Rodearon al visitante, varios alzaron contra este un pequeño Larousse ilustrado, repitiendo al unísono “vade retro satanás”, a lo cual el muchacho respondió “que limados están estos bonchas”, y me desperté (o se despertó)…





Por Agustín D´Alessandro

martes, 24 de agosto de 2010

Realidad Ficcional

La tenue luz del velador lo acompaña en su soledad muerta mientras escribe hasta desgarrar las páginas con su pluma. El protagonista entre las hojas despedazadas cobra vida, sale del cuento y el autor ya no sabe bien quién es. Escapando como un duende tras el escritorio el personaje principal de la obra prepara la embestida. –Ya no te pertenezco mediocre narrador, esta vez tu pluma superó lo que eres y así prevalecí a tu imaginación-.
Nervioso el autor cree haberse vuelto loco, va hacia el jardín mira el mismo cielo que ayer y eso lo tranquiliza un instante. Retoma metódicamente el camino hacia la biblioteca paso tras paso, con la mirada perdida entre las amapolas y los ladrillos raídos del cuarto de atrás.
Al entrar, el pequeño protagonista lo observa de soslayo reposando entre un Manual Santillana de 7mo grado, y lo interroga -¿Qué ocurre escriba de cotillón, tienes miedo o piensas que esto es simplemente un sueño?-. Mientras el punzón como un misil ruso teledirigido destroza el cráneo del humano. Risotadas de pequeño diablillo, y el capítulo que se cierra.


Por Agustín D´Alessandro

miércoles, 4 de agosto de 2010

Complejo de Edipo

La pregunta inquieta al pequeño mientras deleita sus ojos con muñecos malditos que luchan entre sí en sus infantas manos, la mamá lo interroga sin sospechar si quiera la presión de sus palabras, como si lo que le dirá segundos después, fuera inocencia pura, como la de su hijo -¿qué querés ser cuando seas grande?- El pequeño contesta desganado y sin mirarla, -médico cómo papá-. La sonrisa explota en el rostro de la madre satisfecha y repetida. Como si la respuesta fuera natural, tanto como que el niño deba elegir el mandato paterno. “Mi hijo el doctor”, piensa embadurnada de orgullo artificial.
El tiempo transcurre entre efímeras gotas de agua y soles que adornan el arbolito, llamado esta vez mundo. Aquel niño de siete años, es ya un hombre. En un jardín florido de zona norte, la madre comenta feliz las mentas de su hijo Horacio jr. (Como le gusta llamarlo mientras toma el té con cinco amigas que nunca lo serán).
-Sí, no sabés, mi hijo estuvo en un congreso en Emiratos Árabes y presentó su investigación sobre la “microscópica capacidad de razonar, que se da en las personas cuyos círculos íntimos se reducen a unos pocos miembros aristocráticos, y que la única preocupación que tienen es fiscalizar desde atriles etéreos la “otra humanidad”, a la cual no pertenecen”. Yo no entiendo bien a qué se refiere- confiesa sin respirar ni bien termina su exposición. Pero me contó que había más de quince mil profesionales (tal vez quiso decir personas) de todo el mundo.
Domingo, almuerzo familiar en la casa de los Gómez Rodríguez Pérez de Sánchez. La gran mesa teñida de blanco marfil, copas de cristal que se rozan, sushi, miradas impúdicas entre familiares políticos –tin, tin, tin!!!- se oye el sonido celestial y Horacio Jr, por primera vez en treinta años pide la palabra, los comensales perplejos, atónitos beben grandes sorbos de vino.
-Hoy es un día especial al ser el cumpleaños de mamá, y por eso quiero hacer un anuncio también muy importante- relata. –Todos saben que para mí la familia es algo realmente significativo y vital, tanto en mi carrera profesional (primero), cómo en la faz personal.
Una sombra cenicienta envuelve la mansión, el tic-tac constante, infinito, manifiesta el sonido del silencio humano, la última mirada inquisidora y el tiro que encaja perfecto en la sien del muchacho, momentos después la madre reposa amarrada a los pies de su hijo, para siempre.

Por Agustín D´Alessandro

jueves, 29 de julio de 2010

D.N.I. (Dios No Identifica)

10 x 7 cm. de verde militar. Hojas y más hojas, plastificadas.
Números, datos, nombres y direcciones. Cómo si la vida fuera eso. Cómo si la muerte fuera no poseerlo. Indocumentado es sinónimo de “delincuente, de turbio personaje por estos tiempos”. Ignorancia en masa del pueblo que piense así. También existe el que intenta reflexionar por y para sí, llegando muchas veces a la no tan notable conclusión, de que “construcciones sociales son las que guían millones de almas al matadero”. Y que el hecho de no poseer un documento (por la razón que sea), nada tiene que ver con la bondad, dignidad, o maldad de las personas. Tampoco es la herencia genética (sépase).
Situaciones sociales de violencia y exclusión, cultural, económica, y mil etcéteras. Y sino que se justifiquen esas señoras refinadas de “tegobi hitleriano”, cuando ven por TV un protagonista que confiesa tener a su madre y hermanos perdidos por “el Paco”, mientras relata que no tiene un mullido sofá de terciopelo, sino que su living se compone de escalinatas públicas y su dormitorio siempre diferente es algún porche de un edificio ocasional. Atérmicos inviernos hasta donde los huesos aguanten, o la sangre se hiele.
Este es otro tipo de “documento”, el cruel y real. De cartones que sirven cómo motor de mini economías soslayadas, pero también que auspician de frazadas por la noche. No de pasaportes o visas para ingresar a tal o cual país, sino de hambre que es universal.



Por Agustín D´Alessandro

viernes, 23 de julio de 2010

Pienso (alguna vez existiré)

Anoche cerca de las 22 hs, mientras charlaba con mi viejo observaba un documental sobre la Alemania Nazi (así cómo a la pasada nomás), y entre desvíos constantes de mi mente y planteos cómo –no hay una mierda para mirar en la tele, eh- me pregunté sin saberlo hasta hoy, ¿si el infierno tendrá diferentes compartimentos para este tipo de personajes cómo Hitler, Videla, y cuanto asesino en masa exista, haya existido y existirá hasta el “Juicio final”. Inmediatamente me enervo interiormente y otra pregunta emerge de algún hueco del cráneo (ahí me digo satisfecho, -viste que todavía pensás algo-, y la comparación con Bukowsky me da asco y bajo humano). ¿En qué creo realmente? Teniendo en cuenta el prejuicio de mi primer reflexión, algún granito de catolicismo aún ronda al menos en ideas. Intento curiosear en otras religiones pero la ignorancia sobre estas, más que el mínimo conocimiento de vestimentas, probables rituales, y locales comerciales devenidos en templos por mi barrio, cierran una nueva puerta de conocimiento celestial.
M/e/c/á/n/i/c/a/s - r/e/l/i/g/i/o/n/e/s no cuadran en mí por el momento. Entonces me inclino por representar en un teatro ficticio a la madre naturaleza, me dejo llevar siendo protagonista y voy creando ese submundo, me siento un Dios. Yo soy todos, y todos me aman, me percibo siendo viento, sobrevuelo el mar que también soy, los animales, un pájaro que también es yo, me mira y refleja cómo en un laberinto inmortal mi rostro. La incertidumbre me corrompe, miles de mí, aquí, allá, más allí. No me soporto. Quiero descomponerme en mil pedazos cómo un reloj de arena que estalla al cumplir su rol. Y la cárcel de ese tiempo roto me encauza, camino con pasos suaves, acompasados, derecha e izquierda. Puajjj!!! Ese es un paso militar, vomito mi auto-odio. La cabeza se me parte, algún día continuaré (me conformo). -Los métodos de Hitler los usan los medios para controlar-, exclamo, -má si, me voy a ver el noticioso-.

Por Agustín D´Alessandro

sábado, 10 de julio de 2010

Código Humano

Ahí van los pájaros, mientras inerte en mi posición de terrestre quejumbroso, observo la bandada cortando perpendicularmente la línea del horizonte.
“Ahí va la libertad” me digo, si es que existe, aunque pensándolo bien tal vez una furtiva bala los alcance en ese vuelo de búsqueda infinita, y sus almitas se eleven o desciendan, quién sabe.
Ahí va la gente, caminando por cualquier calle, tan diferente pero igual en sus formas, con pasos cansinos, el seño fruncido. Con la amistad de Narciso.
Recorro alguna ciudad, y recorro los comercios del futuro. Una reza “30 % de liquidación en prejuicios hasta agotar stock”, dos cuadras más lejos un eximio edificio expone en su fachada “Envidia al por mayor (distribución por todo el territorio continental)”.
Minutos después en un viejo edificio arroz volando cómo aquellas aves, por millares, libre. La flamante pareja sale del registro civil, nadie repara en su condición sexual, sí en su sonrisa de amor auténtico, perpetuo cómo el vuelo de los pájaros.

Agustín D´Alessandro

martes, 15 de junio de 2010

Tengo una duda (y no es la podonga)

¿La realidad será la quimera de algún DIOS?, o algún DIOS existirá en esa irrealidad que algunos llaman FÉ? Por otro lado, ¿la FÉ existirá realmente cómo institución formada por el espíritu, o será acaso un negocio de antaño que transita almas infortunadas negociando terrenitos futuros a pasitos de la luna?
¿Será cierto que en la luna se venden lotes y excursiones cómo safaris por África, o todo es una obrita de teatro del “Imperio de los mandarines”?
¿Yo seré un ente individual que opino por migo/mismo, o tendré instalado un chip por los opositores de todo “orden establecido”.
De nada estoy seguro, lo único que puedo distinguir entre la niebla de la mañana, es que en mi sistémico reloj son sistemáticamente las 9:25 de la mañana, y es junio.



Por Agustín D´Alessandro

miércoles, 9 de junio de 2010

In Situ

“La felicidad es también una elección”, me dice algún yo interior. Y la cita me invita a pensar. Entonces intento mantener un diálogo con esa parte de mí, pero no la hallo, escarbo en mis adentros. Intento imaginar mi interior, plagado de vísceras, conductos, y pequeñas espiritualidades, que conforman a mi entender (léase, la imaginación de un niño), algún universo intangible. Cómo una caverna oscura, infranqueable. Que sólo emana de tanto en tanto frases salidas desde un dios, carnalmente mío, que intenta guiarme con frases sueltas, desconcertantes, transformadoras.
Me acuesto y hago un repaso de mi vida en milésimas de milésimas de centésimas de segundo. Momentos tristes, verdaderos, felices, creados. Y el "racconto" se torna vital.
El precipicio y el edén, blanco o negro (y un poco de gris). Intento escaparme a otra realidad menos pretenciosa, y me dejo llevar por el mar de reflexiones, navego feliz impregnado de ideas. Brotando entre palabras y rostros, vagando por aguas turbiamente bellas, hasta que la representación del “final” me lleva a ese interminable “triángulo de las bermudas”, mi propio límite. Entonces emerjo de ese letargo, refriego mis ojos me levanto. Y disfruto de ver una vez ese mundo que a veces maldigo, de tener seres queridos y querientes que más de una vez intento cambiar, de comer ese pan caliente, y beber ese vino, de caminar esas calles, y de sentir ese viento incasable, de tratar a pesar de enfurecerme mil veces, de no hacerlo nunca más. Posiblemente sean comportamientos naturalizados a través de los años, y me enoja repetirlos, pero también de una cosa estoy seguro, que cada día y con la luz del “astro rey” cómo testigo, una elección asumo, tratar de ser feliz.

Por Agustín D´Alessandro

miércoles, 26 de mayo de 2010

Visentenario

200 es el número, se escucha en el país. No son los goles de Palermo ni la edad de Mirtha Legrand, ampliamente superada la cifra en ambos casos. Sino que esta gran cantidad de días es lo que ha acontecido, para que al fin seamos libres (¿lo somos?).
Miles de luchas, protestas, y “autopistas de sangre” debieron pasar, gente y también personas, además de amores y odios. Para al menos comenzar a forjar una pequeña identidad.
Abuelos europeos huyendo de crisis, y aborígenes terrenales escapando al militar, insaciable bestia sedienta de imperio maldito. Y el mestizaje, y nuestros padres, y nosotros.
La frente alta de soldados e individuos orgullosos de ser, limpios de tierra verde, de montañas y mares “nuevos”, de pueblos que se crearon, paulatinos, de campo labrado, de sudor y de esclavitud negra, (gris y blanca).
Sociedades que transportaron lo bueno y lo malo del viejo continente. La organización y el caos, la inteligencia y la ignorancia provocada.
La civilización!!!, y la varvarie. -Perdón zi akí comienso a tenblar, ez ke la anguztia me roe la garganta, y me rezuena por las “benas aviertas”. Lo ke paza, pa ke ze entienda. Ez ke el zozlayo me dejo ái, a la bera del camino trasado con mi lomo y el de mis conpadres. Y los edifizios de los goviernos, los icimos nozotros, ladriyo a ladriyo. Io, i mis antepasáus, los povres. Y el zalmónn que come mi patrón, lo pescan mis amigos ayá en el mar. (¿deve zer grande eza laguna no?). Laz unicas vezes ke viage fue por los cuentos de “Doña Soledad”, mi patrona. Ez por ezo, ke io, cuando avlan del vicentenario, y escucho los mensages de festejo por la radio y ezaz cozaz, no entiendo mucho la fiesta nasional y todo ezo. I lavandera ke conosco, la unika, es mi muger.

lunes, 22 de marzo de 2010

1976*

La sombra inicua de tortura y violación,
se prolonga inerte aclamando al nuevo sol.
Las voces de 30.000 no callan con el viento,
Sobrevuelan las almas buscando su derrotero.
El infierno y el humo no se encuentran en el cielo,
pernoctan en la tierra tras de rostros sin velo.
Las ideas “compañeras” no se queman con fuego,
Transmigran por los cuerpos alimentando su ego.
La sangre asesina no se diluye en océanos,
vaga libre por los ríos férvidos del recuerdo.
Los desaparecidos no habitan el cementerio,
permanecen intactos, protagonistas de este cuento.




*A la memoria de Carlos Labolita y todos los desaparecidos, y a mi tía Gladis por su lucha perpetua.

Por Agustín D´Alessandro

jueves, 7 de enero de 2010

Pequeños Sarmiento

Mis grandes maestros no son académicos, ni siquiera eruditos del saber escolar.
Ni escritores, aunque debo confesar que a algunos, los admiro bastante.
Mis mejores profesores son los niños. Ellos no saben de álgebra (yo menos), ni de guerras mundiales, no conocen el orden de las palabras, ni de métodos pedagógicos, pero se entiende lo que plantean. Ellos no saben de la existencia de partidos políticos pero luchan por dos ideales verdaderos, mamá y papá.
Sus preguntas sobre cómo nacieron, desconciertan más que cualquier esbozo filosófico de Descartes o Kant.
Sus collage o pinturas de preescolar emocionan superando ampliamente a un Dalí, o a un Picasso.
Así cómo sus voces de pajarito emulando al cantante de turno, producen la alegría inexplicable de la felicidad, efímera.
Qué decir de sus abrazos. Verdaderos, intactos, suaves e infinitos. Cómo sus besos.
De su pequeñita grandeza emana la eterna enseñanza, del amor por sobre la razón.

Por Agustín D´Alessandro

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