jueves, 7 de enero de 2010

Pequeños Sarmiento

Mis grandes maestros no son académicos, ni siquiera eruditos del saber escolar.
Ni escritores, aunque debo confesar que a algunos, los admiro bastante.
Mis mejores profesores son los niños. Ellos no saben de álgebra (yo menos), ni de guerras mundiales, no conocen el orden de las palabras, ni de métodos pedagógicos, pero se entiende lo que plantean. Ellos no saben de la existencia de partidos políticos pero luchan por dos ideales verdaderos, mamá y papá.
Sus preguntas sobre cómo nacieron, desconciertan más que cualquier esbozo filosófico de Descartes o Kant.
Sus collage o pinturas de preescolar emocionan superando ampliamente a un Dalí, o a un Picasso.
Así cómo sus voces de pajarito emulando al cantante de turno, producen la alegría inexplicable de la felicidad, efímera.
Qué decir de sus abrazos. Verdaderos, intactos, suaves e infinitos. Cómo sus besos.
De su pequeñita grandeza emana la eterna enseñanza, del amor por sobre la razón.

Por Agustín D´Alessandro

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