miércoles, 15 de septiembre de 2010

Yo-yo

Mi alma decide abrir la portezuela del cuerpo que la acuna y se sienta a su lado. Lo mira, lo contempla con sus ojos de espíritu y entiende que juntos forman esa unidad sustancial que es mí ser.
Mi cuerpo por su parte, utiliza sus sentidos y la advierte con vista de humano. Observa el aura mágica que la recorre, constituyendo una figura imposible de explicar en palabras, imágenes o representaciones de estas.
Después de permanecer así un tiempo inconmensurable (que sólo ellos conocen). Deciden comunicarse a través de un dialecto significante por símbolos creados para ese único momento. El cuerpo comienza confesando que lo inquieta no saber sobre la veracidad o no de lo que sucederá después de la muerte terrenal.
El alma sin embargo considera que su entidad es trascendental y que la espera en paz por la llegada de lo que llama “otra vida”, no es tema de preocupación alguna, debido a su condición de tal.
Allí el cuerpo interrumpe al “ánima” en su monólogo, acusándole de egoísta, pues claro, el perecerá como perecen todos los elementos capaces de pudrirse en el infierno, piensa.
Seguidamente el alma lo abraza recubriéndolo, celestial, hasta convertirse nuevamente en un módulo existencial, y reflexiona –después de todo, mas hoy que mañana sabemos que estamos vivos-.

Por Agustín D´Alessandro

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