miércoles, 2 de diciembre de 2009

E.S.M.A

Se despertó en el infierno (otra vez), las marcas de su espalda, ya eran parte de su cuerpo.
No intentó resistirse, para qué, si la única vez que lo hizo, el saldo fue peor. Además de lo habitual, y los golpes, esa vez hubo picana, y hasta quemaduras de cigarrillo.
Casi desmayada, por el placer del otro, deliró entre lágrimas agrias. Su madre apareció en la ventana, su bella madrecita, que la acunaba cantándole aquella vieja canción en italiano. Su mamita, que la protegía con sus ser, ante los embates de “la bestia”. Que ponía toda su femineidad al servicio del horror. Mientras dos, tres, miles, la ultrajaban, entre “risas pillas, entre bourbón.
Y los rezos frecuentes, cómo buscando la paz, y la pregunta de niña ¿existirá la paz?
La deseosa muerte, ¿tal vez me toque el cielo?, seguro allí me espera mamá.
El cordón de su zapato, -esos que me regaló la abuela, qué ganas de ver a la nona!!!, ya hace 256 días que no la veo-. El cordón gris, y largo, que la acompañaba al parque los sábados con Juancito. -También lo extraño a mi amigo Juan-. El pequeño cordón de zapatitos de niña de 11 años, recorre el cuello, lo circunda y se detiene. Y sus manitos, suaves de jugar a las muñecas, de preparar comida artificial. Se posan en cada punta del cordón. Se contraen sus puñitos, la pequeña no llora, tira con todas sus fuerzas, aprieta su cuellito, que cede como una fruta madura, joven. Y así, sin una sola gotita de llanto, va al encuentro de su mamita

Por Agustín D´Alessandro

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