Me mira, sé que me mira.
Magnífica y sórdida me observa desde el otro lado.
Intento un suave movimiento y lo imita,
peregrinamente recorre cronológico el balanceo de mi brazo.
Inmensa se vuelve cuanto mas me alejo y al acercarme somos uno.
Sin rostro, sin muecas me responde desde el muro oscura y animada.
Me persigue con ojos que no pueden ver (conjeturo).
Yo a su vez, la recorro con mi pensamiento.
Me entristece saberme su creador y asesino,
Tan colosal y de pronto etérea.
Millones de lágrimas refulgen en mi estatua,
Y una vez más parte sin poder yo evitarlo.
Por Agustín D´Alessandro
martes, 1 de marzo de 2011
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