miércoles, 9 de junio de 2010

In Situ

“La felicidad es también una elección”, me dice algún yo interior. Y la cita me invita a pensar. Entonces intento mantener un diálogo con esa parte de mí, pero no la hallo, escarbo en mis adentros. Intento imaginar mi interior, plagado de vísceras, conductos, y pequeñas espiritualidades, que conforman a mi entender (léase, la imaginación de un niño), algún universo intangible. Cómo una caverna oscura, infranqueable. Que sólo emana de tanto en tanto frases salidas desde un dios, carnalmente mío, que intenta guiarme con frases sueltas, desconcertantes, transformadoras.
Me acuesto y hago un repaso de mi vida en milésimas de milésimas de centésimas de segundo. Momentos tristes, verdaderos, felices, creados. Y el "racconto" se torna vital.
El precipicio y el edén, blanco o negro (y un poco de gris). Intento escaparme a otra realidad menos pretenciosa, y me dejo llevar por el mar de reflexiones, navego feliz impregnado de ideas. Brotando entre palabras y rostros, vagando por aguas turbiamente bellas, hasta que la representación del “final” me lleva a ese interminable “triángulo de las bermudas”, mi propio límite. Entonces emerjo de ese letargo, refriego mis ojos me levanto. Y disfruto de ver una vez ese mundo que a veces maldigo, de tener seres queridos y querientes que más de una vez intento cambiar, de comer ese pan caliente, y beber ese vino, de caminar esas calles, y de sentir ese viento incasable, de tratar a pesar de enfurecerme mil veces, de no hacerlo nunca más. Posiblemente sean comportamientos naturalizados a través de los años, y me enoja repetirlos, pero también de una cosa estoy seguro, que cada día y con la luz del “astro rey” cómo testigo, una elección asumo, tratar de ser feliz.

Por Agustín D´Alessandro

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