miércoles, 10 de agosto de 2011

Finis

Decidió que ese día era para él, lo pasaría solo.
Primero desayunaría en algún bar poco concurrido de las afueras; dos medialunas dulces y un café con leche en jarro.
Más luego recorrería las librerías de la ciudad capital (en la que vivía), en busca de novelas o cuentos sobre hombres solitarios.
Visitaría el mercado para adquirir unos pocos menesteres.
Caminaría por plazas y parques observando la grandeza de los más pequeños abocados a la tarea primera del aprendizaje, lo lúdico. Y repararía en las miradas y los besos de las flamantes parejas.
Antes de volver a casa, visitaría el almacén del barrio contiguo al suyo donde compraría aquel cuchillo de fino metal brilloso.
Ya en la cocina de su residencia, prepararía la ensalada con verduras frescas y disfrutaría como nunca lo que ya sin dudas sería su última cena.


Por Agustín D´Alessandro

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