jueves, 3 de febrero de 2011

Desvelo Estival

Algunas noches como esta cientos de voces invaden mi vigilia.
Unas simplemente rondan mi existencia. Otras, creo ver, emergen de las paredes del cuarto en el que estoy solo. Felizmente solo.
Comprendo que no vienen a invadir esta tranquilidad que siento. Incluso cuando al unísono el coro de voces disímiles se aplaca mágicamente para manifestarse en el silencio, que no es otra forma más del sonido, así como el ruido también lo es.
Hoy imaginé que Jesús me visitaba en sueños y me convidaba con la “gracia divina”.
Embelesado, luego del éxtasis propio de la aparición fantástica (y egoístamente creada por y para mí), sentí pena por el peregrino. Justamente por su condición de espíritu sentado a la derecha de su padre, sedentario y triste.
Me permití recordar a través de las representaciones pictóricas eclesiásticas sus eternas caminatas ancestrales y comprendí que hoy probablemente el mismísimo Mesías había perdido sus recuerdos de humano. Que a pesar de esforzarse en rememorar aquellas andanzas en busca de la paz y la igualdad y al encontrarse incorpóreo, siquiera su condición de hijo de un creador permitiera poder volver a trasmutarlo hombre.
Sospeché que aquel barro recorrido por años junto a los que intentaban llegar a la vida eterna, ya no podía ser palpado por sus pies ni remotamente en una fotografía de su alma.
Decidí confesarle que acá en la tierra no se vive tan mal como se informa o se cree en otro mundos, incluso muchas veces en este mismo (no lo sé).
Que algunos la pasan muy mal es verdad. Mueren de hambre y de muerte también. Pero la sinceridad me dicta que no encuentro mas culpa que la (in) humana.
Que ningún cielo me resulta aterrador pero tampoco me seduce el infierno. En algún punto son lo mismo, blasfemo. Posiciones extremas que nos ponen de un lado y del otro.
Y concluyo este soliloquio interno con-migo mismo (supongo), testificando que yo soy ese pequeño grano de arena, que subsiste en la eterna lucha contra el tiempo y busca el amor en el otro.
De eso se trata pues, de unir cada vez más de esos millares de migajas para llegar a ser montaña que perdure inmaculada los designios de nadie…




Por Agsutín D ´Alessandro

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