Es que uno a veces se da cuenta que no necesita nada de lo que le imponen.
Sucede que llega a un lugar, mira el cielo y las montañas coloridas y simplemente es feliz. En la inmensidad.
Ocurre en ese momento asombroso, sentirse con ganas de abrazar a todos, con la obligación de no pelear con nadie.
Acontece que los más bellos sentimientos se mezclan en una ensalada de buenas intenciones.
Sobrevienen las risas por nada (o todo según como se tome). El aire que roza los rostros es la caricia de los todopoderosos que tal vez existan, ahí.
Uno, estanca el tiempo impuesto por las agendas r/u/t/i/n/a/r/i/a/m/e/n/t/e-r/e/p/e/t/i/d/a/s
Pienso en mi mamá que es ángel, como lo son “Male” y “Marti”. Unos acá y otros que estuvieron. (y siempre estarán).
Y se eterniza la simbólica reflexión de intentar disfrutar un poco de la vida, de vivir, vio.
Por Agustín D ´Alessandro
lunes, 31 de enero de 2011
lunes, 3 de enero de 2011
Id solis exitus cras *
Mañana desperté soñando que ya no se celebraban los holocaustos,
Y pernoctando en un lecho de cielo, se ponían de moda los abrazos
Mañana desperté creyendo que los asesinos (al fin) serían juzgados,
Y que el diálogo y “la historia” nos volvían más humanos.
Mañana desperté cavilando en amores matados,
Y tras el alba retornaban con mi corazón en su mano.
Mañana desperté imaginando un mundo cambiado,
Ahí nomás me recosté para seguir soñando.
* El sol saldrá mañana.
Por Agustín D ´Alessandro
Y pernoctando en un lecho de cielo, se ponían de moda los abrazos
Mañana desperté creyendo que los asesinos (al fin) serían juzgados,
Y que el diálogo y “la historia” nos volvían más humanos.
Mañana desperté cavilando en amores matados,
Y tras el alba retornaban con mi corazón en su mano.
Mañana desperté imaginando un mundo cambiado,
Ahí nomás me recosté para seguir soñando.
* El sol saldrá mañana.
Por Agustín D ´Alessandro
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Debate intrauterino sobre un subtexto (Cáp. I.)
-De no creer, de no creer-!!!! Es lo que cree decir quien no cree en nada.
Más la nada es un abismo sobre el cual la creencia no tiene más sustento que la fé.
-Ah! de ahí surge la religión- supera una voz interior.
Impenetrable culto que se abre paso entre las raíces humanas desterrando vísceras tanto como ideas, destruyendo aldeas así como naciones.
–La ideología es sólo una- agitan los mercaderes mundiales, desde sus barcos de titanio (inefables).
Y la sangre corre por las cunetas de las villas, plagadas de indignos habitantes que quisieran también pertenecer… al progreso…
Por Agustín D´Alessandro
Más la nada es un abismo sobre el cual la creencia no tiene más sustento que la fé.
-Ah! de ahí surge la religión- supera una voz interior.
Impenetrable culto que se abre paso entre las raíces humanas desterrando vísceras tanto como ideas, destruyendo aldeas así como naciones.
–La ideología es sólo una- agitan los mercaderes mundiales, desde sus barcos de titanio (inefables).
Y la sangre corre por las cunetas de las villas, plagadas de indignos habitantes que quisieran también pertenecer… al progreso…
Por Agustín D´Alessandro
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Ama
Celestial tu voz me seduce,
trato de no ceder a la tentación pero una vez más me desmorono en tus labios,
me dices al oído lo que quiero escuchar,
sueño,
flotando voy en la invención que me atrapa.
Me detengo en la bahía fresca de tu pecho y lloro,
solo.
Sollozo y sigo berreando,
El mar de lágrimas recorre tu abdomen bajando por las nalgas de ángel maligno,
Al caer al suelo explotan.
Sucumben al llegar al cielo,
ahí recién comprendo que no existes (otra vez)…
Por Agustín D´Alessandro
trato de no ceder a la tentación pero una vez más me desmorono en tus labios,
me dices al oído lo que quiero escuchar,
sueño,
flotando voy en la invención que me atrapa.
Me detengo en la bahía fresca de tu pecho y lloro,
solo.
Sollozo y sigo berreando,
El mar de lágrimas recorre tu abdomen bajando por las nalgas de ángel maligno,
Al caer al suelo explotan.
Sucumben al llegar al cielo,
ahí recién comprendo que no existes (otra vez)…
Por Agustín D´Alessandro
martes, 9 de noviembre de 2010
Mersapiens!?
Humanos mediáticos marchan uniformes, estúpidos y semejantes.
Descuartizados de prejuicios (según creen), impávidos.
Ni el viento que ronda por sus rostros de acero logra despegarlos de su ignorancia perfecta.
Mancomunados y presos adoran al “Rey LCD”, quién con deslumbrantes colores mas bellos que la tierra misma (pero irreales), los bendice en el nombre del latifundio, de la “campaña del desierto”, y de la incosciencia provocada.
Todos, grandes y chicos van, tomados de sus manos derechas, y en la burbuja que forma su aura exclusiva, suponen opinar...
Por Agustín D´Alessandro
Descuartizados de prejuicios (según creen), impávidos.
Ni el viento que ronda por sus rostros de acero logra despegarlos de su ignorancia perfecta.
Mancomunados y presos adoran al “Rey LCD”, quién con deslumbrantes colores mas bellos que la tierra misma (pero irreales), los bendice en el nombre del latifundio, de la “campaña del desierto”, y de la incosciencia provocada.
Todos, grandes y chicos van, tomados de sus manos derechas, y en la burbuja que forma su aura exclusiva, suponen opinar...
Por Agustín D´Alessandro
miércoles, 6 de octubre de 2010
Probaste con...
La pantalla apenas ininteligible entre colores, sinuosas curvas (siempre peco de redundante), flashes, muchísimas más curvas, y monólogos expuestos al aire (en el aire), que pasarán con pena y sin gloria demostrando el valor de la ¿inmediatez? Al menos hasta mañana.
Tomo nuevamente el mágico aparatito que me conduce hacia ficticias realidades, vale aclarar, insospechadas no tantos años atrás. Allí un hombre esbelto con la cabellera libertaria, y actitud tenaz muestra su “conejillo de indias” (esta afirmación no es al azar). Hoy le tocó a Descartes dirá, aquel filosofo que se permitió dudar hasta de Dios, para analizar el porqué de las cosas. Y entre ejemplos mundanos y frases llegadoras (cómo diría José Larralde), aquel valiente intentaría el milagro, que la filosofía se mediatice.
Pero mi mano y mis ansias globales (o globalizadas que es más triste), no permitirían detenerme en ese sub-mundo más que 5 minutos, así el dedo inquisidor siguió su cauce liberal, para desembocar en un raro sonido repetido a escala, cómo si las canciones fueran una sola de infinita duración, cómo si el interprete fuera por ende uno solo, variando la figura, y la contextura, no así la voz que en caso particular era lo que mayormente perturbaba.
Después de un largo rato de que mis sentidos sintieron el frenético clamor tropical (hasta aprender tonos y letras a rabiar), nuevamente las neuronas (con mucho esfuerzo) hicieron sinapsis, y ello se tradujo en que el “fetiche inmaculado”, se decidiera a andar, sin rumbo fijo, por unos instantes navegó entre explosiones visuales, voces, sonidos, risas, llantos…
Y allí la sorpresa fue total, era cómo que el mundo, al menos ese que me tocaba ahora. Se presentaba ante mis ojos (¿parodiado?), paso a explicarles que los personajes eran bien parecidos (qué frase correcta aunque no sepa bien su significado). El escenario se presentaba así. Un puñado de hombres vestidos uniforme y millonariamente. Y del otro lado, a kilómetros del pedestal, cómo siempre la masa también uniforme, pero sin dinero.
Milagros, aceites y promesas vanas, de los primeros juraban mejorar las desdichas, las soledades, y los tormentos de los otros, todo siempre al módico precio que los primeros impusieran. La sociedad reunida, mancomunadamente presentándose ante los dioses terrenales, que oficiando de gobierno, y con el alma límpida de gloria guiaban el ganado hacia el matadero. Justo en ese instante zas!!!! Un bajón de corriente apagó mi tele, sin pensarlo demasiado me levanté impávido, con una sola idea, sí encender nuevamente (y lo más rápido posible) el televisor. En el trayecto a realizar tamaña tarea se interpuso ante mí Rayuela, la novela de Cortázar, la cual de a ratos iba leyendo sin mucho empeño.
Es increíble que una tarde más, logre desafiar a cada persona imponiéndole a pensar en lo que cada quien quiera ser. El diablillo malo, y el bueno se me posaron en cada hombro endulzando mis oídos (respectivamente cada uno el suyo), con placeres, y demás frutas, sin permitir la permanencia de los grises, o esto o aquello me dijeron casi en una sola voz. Dos chasquidos, casi imperceptibles me libraron de esos pequeños inquisidores, y me fui silbando bajito escuchando a Larralde, eso sí en mi nuevo Mp (no se que número).
Por Agustín D´Alessandro 2008
Tomo nuevamente el mágico aparatito que me conduce hacia ficticias realidades, vale aclarar, insospechadas no tantos años atrás. Allí un hombre esbelto con la cabellera libertaria, y actitud tenaz muestra su “conejillo de indias” (esta afirmación no es al azar). Hoy le tocó a Descartes dirá, aquel filosofo que se permitió dudar hasta de Dios, para analizar el porqué de las cosas. Y entre ejemplos mundanos y frases llegadoras (cómo diría José Larralde), aquel valiente intentaría el milagro, que la filosofía se mediatice.
Pero mi mano y mis ansias globales (o globalizadas que es más triste), no permitirían detenerme en ese sub-mundo más que 5 minutos, así el dedo inquisidor siguió su cauce liberal, para desembocar en un raro sonido repetido a escala, cómo si las canciones fueran una sola de infinita duración, cómo si el interprete fuera por ende uno solo, variando la figura, y la contextura, no así la voz que en caso particular era lo que mayormente perturbaba.
Después de un largo rato de que mis sentidos sintieron el frenético clamor tropical (hasta aprender tonos y letras a rabiar), nuevamente las neuronas (con mucho esfuerzo) hicieron sinapsis, y ello se tradujo en que el “fetiche inmaculado”, se decidiera a andar, sin rumbo fijo, por unos instantes navegó entre explosiones visuales, voces, sonidos, risas, llantos…
Y allí la sorpresa fue total, era cómo que el mundo, al menos ese que me tocaba ahora. Se presentaba ante mis ojos (¿parodiado?), paso a explicarles que los personajes eran bien parecidos (qué frase correcta aunque no sepa bien su significado). El escenario se presentaba así. Un puñado de hombres vestidos uniforme y millonariamente. Y del otro lado, a kilómetros del pedestal, cómo siempre la masa también uniforme, pero sin dinero.
Milagros, aceites y promesas vanas, de los primeros juraban mejorar las desdichas, las soledades, y los tormentos de los otros, todo siempre al módico precio que los primeros impusieran. La sociedad reunida, mancomunadamente presentándose ante los dioses terrenales, que oficiando de gobierno, y con el alma límpida de gloria guiaban el ganado hacia el matadero. Justo en ese instante zas!!!! Un bajón de corriente apagó mi tele, sin pensarlo demasiado me levanté impávido, con una sola idea, sí encender nuevamente (y lo más rápido posible) el televisor. En el trayecto a realizar tamaña tarea se interpuso ante mí Rayuela, la novela de Cortázar, la cual de a ratos iba leyendo sin mucho empeño.
Es increíble que una tarde más, logre desafiar a cada persona imponiéndole a pensar en lo que cada quien quiera ser. El diablillo malo, y el bueno se me posaron en cada hombro endulzando mis oídos (respectivamente cada uno el suyo), con placeres, y demás frutas, sin permitir la permanencia de los grises, o esto o aquello me dijeron casi en una sola voz. Dos chasquidos, casi imperceptibles me libraron de esos pequeños inquisidores, y me fui silbando bajito escuchando a Larralde, eso sí en mi nuevo Mp (no se que número).
Por Agustín D´Alessandro 2008
lunes, 4 de octubre de 2010
Hay que estar muerto nomás
Dice mi imaginación, que cierta vez en algún lejano poblado de una provincia de cualquier país, existía un hombre tan pero tan solitario que muchas veces se confundía con su propia sombra.
Este personaje se paseaba por las calles recitando frases de amor a las señoras, chistes a los pequeños y arengas a los más pesimistas de los pobladores de aquella región. Sin embargo nadie le prestaba atención, o mejor dicho sí, porque cuando se acercaba a una dama que estaba regando, para comparar sus atributos físicos con los pétalos de la más bella flor, esta le atizaba un chorro de agua empapando su saco raído y percudido, incitándolo a marcharse tieso de frío (en invierno), pero con la sonrisa de libertad que tienen los vagabundos. O los niños cuando lo corrían con ramas para pegarle, tradición que pasaba de unos a otros, por años.
El hermano del errante poeta, era el alcalde de la villa, y su perfil de hombre elegante y reconocido, poco tenía que ver con la desfachatez de su pariente cercano.
Entre tertulias, inauguraciones y palmadas de alabanzas, el funcionario fue feliz. Incluso viajando por el país y prometiendo traer “el progreso” en las más humildes chozas de cartón. Mientras las caritas tristes de los habitantes esbozaban esperanza, adornada y efímera por las palabras del gobernante. Que luego se marchaban como siempre en su coche oficial, junto con el político.
Relata la leyenda (que acabo de inventar, sssshhh!!! No le diga a nadie lector/a), que los hermanos eran los únicos que no sabían de su lazo sanguíneo. Todo el pueblo conocía la historia pero nadie se animaba hablar, mas que nada para proteger la imagen del alcalde.
Cierto día, pongámosle el 15 de junio del algún año, se produjo un hecho único en el poblado antes nombrado, los hermanos murieron producto de un ataque al corazón a la misma hora y cruzándose en la esquina de la plaza principal. Cuentan unos testigos del triste evento que antes de caer muertos, los hermanos se miraron e intentaron decirse algo en un idioma indescifrable.
Después hubo ceremonia de despedida para el alcalde, todo el pueblo salió a despedir el cortejo fúnebre, entre aplausos y lágrimas vitorearon su nombre. El otro en cambio, el vagabundo, fue cremado en un horno de panadería abandonado por unos pocos conocidos, -más que nada para que no quede olor a podrido- dijo una vieja.
En un sueño días más tarde, alguien me narró que allá arriba los esperaba alguien con los brazos abiertos, y que saludó a los dos por igual.
Por Agustín D ´Alessandro
Este personaje se paseaba por las calles recitando frases de amor a las señoras, chistes a los pequeños y arengas a los más pesimistas de los pobladores de aquella región. Sin embargo nadie le prestaba atención, o mejor dicho sí, porque cuando se acercaba a una dama que estaba regando, para comparar sus atributos físicos con los pétalos de la más bella flor, esta le atizaba un chorro de agua empapando su saco raído y percudido, incitándolo a marcharse tieso de frío (en invierno), pero con la sonrisa de libertad que tienen los vagabundos. O los niños cuando lo corrían con ramas para pegarle, tradición que pasaba de unos a otros, por años.
El hermano del errante poeta, era el alcalde de la villa, y su perfil de hombre elegante y reconocido, poco tenía que ver con la desfachatez de su pariente cercano.
Entre tertulias, inauguraciones y palmadas de alabanzas, el funcionario fue feliz. Incluso viajando por el país y prometiendo traer “el progreso” en las más humildes chozas de cartón. Mientras las caritas tristes de los habitantes esbozaban esperanza, adornada y efímera por las palabras del gobernante. Que luego se marchaban como siempre en su coche oficial, junto con el político.
Relata la leyenda (que acabo de inventar, sssshhh!!! No le diga a nadie lector/a), que los hermanos eran los únicos que no sabían de su lazo sanguíneo. Todo el pueblo conocía la historia pero nadie se animaba hablar, mas que nada para proteger la imagen del alcalde.
Cierto día, pongámosle el 15 de junio del algún año, se produjo un hecho único en el poblado antes nombrado, los hermanos murieron producto de un ataque al corazón a la misma hora y cruzándose en la esquina de la plaza principal. Cuentan unos testigos del triste evento que antes de caer muertos, los hermanos se miraron e intentaron decirse algo en un idioma indescifrable.
Después hubo ceremonia de despedida para el alcalde, todo el pueblo salió a despedir el cortejo fúnebre, entre aplausos y lágrimas vitorearon su nombre. El otro en cambio, el vagabundo, fue cremado en un horno de panadería abandonado por unos pocos conocidos, -más que nada para que no quede olor a podrido- dijo una vieja.
En un sueño días más tarde, alguien me narró que allá arriba los esperaba alguien con los brazos abiertos, y que saludó a los dos por igual.
Por Agustín D ´Alessandro
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