Ahí van los pájaros, mientras inerte en mi posición de terrestre quejumbroso, observo la bandada cortando perpendicularmente la línea del horizonte.
“Ahí va la libertad” me digo, si es que existe, aunque pensándolo bien tal vez una furtiva bala los alcance en ese vuelo de búsqueda infinita, y sus almitas se eleven o desciendan, quién sabe.
Ahí va la gente, caminando por cualquier calle, tan diferente pero igual en sus formas, con pasos cansinos, el seño fruncido. Con la amistad de Narciso.
Recorro alguna ciudad, y recorro los comercios del futuro. Una reza “30 % de liquidación en prejuicios hasta agotar stock”, dos cuadras más lejos un eximio edificio expone en su fachada “Envidia al por mayor (distribución por todo el territorio continental)”.
Minutos después en un viejo edificio arroz volando cómo aquellas aves, por millares, libre. La flamante pareja sale del registro civil, nadie repara en su condición sexual, sí en su sonrisa de amor auténtico, perpetuo cómo el vuelo de los pájaros.
Agustín D´Alessandro
sábado, 10 de julio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
Tengo una duda (y no es la podonga)
¿La realidad será la quimera de algún DIOS?, o algún DIOS existirá en esa irrealidad que algunos llaman FÉ? Por otro lado, ¿la FÉ existirá realmente cómo institución formada por el espíritu, o será acaso un negocio de antaño que transita almas infortunadas negociando terrenitos futuros a pasitos de la luna?
¿Será cierto que en la luna se venden lotes y excursiones cómo safaris por África, o todo es una obrita de teatro del “Imperio de los mandarines”?
¿Yo seré un ente individual que opino por migo/mismo, o tendré instalado un chip por los opositores de todo “orden establecido”.
De nada estoy seguro, lo único que puedo distinguir entre la niebla de la mañana, es que en mi sistémico reloj son sistemáticamente las 9:25 de la mañana, y es junio.
Por Agustín D´Alessandro
¿Será cierto que en la luna se venden lotes y excursiones cómo safaris por África, o todo es una obrita de teatro del “Imperio de los mandarines”?
¿Yo seré un ente individual que opino por migo/mismo, o tendré instalado un chip por los opositores de todo “orden establecido”.
De nada estoy seguro, lo único que puedo distinguir entre la niebla de la mañana, es que en mi sistémico reloj son sistemáticamente las 9:25 de la mañana, y es junio.
Por Agustín D´Alessandro
miércoles, 9 de junio de 2010
In Situ
“La felicidad es también una elección”, me dice algún yo interior. Y la cita me invita a pensar. Entonces intento mantener un diálogo con esa parte de mí, pero no la hallo, escarbo en mis adentros. Intento imaginar mi interior, plagado de vísceras, conductos, y pequeñas espiritualidades, que conforman a mi entender (léase, la imaginación de un niño), algún universo intangible. Cómo una caverna oscura, infranqueable. Que sólo emana de tanto en tanto frases salidas desde un dios, carnalmente mío, que intenta guiarme con frases sueltas, desconcertantes, transformadoras.
Me acuesto y hago un repaso de mi vida en milésimas de milésimas de centésimas de segundo. Momentos tristes, verdaderos, felices, creados. Y el "racconto" se torna vital.
El precipicio y el edén, blanco o negro (y un poco de gris). Intento escaparme a otra realidad menos pretenciosa, y me dejo llevar por el mar de reflexiones, navego feliz impregnado de ideas. Brotando entre palabras y rostros, vagando por aguas turbiamente bellas, hasta que la representación del “final” me lleva a ese interminable “triángulo de las bermudas”, mi propio límite. Entonces emerjo de ese letargo, refriego mis ojos me levanto. Y disfruto de ver una vez ese mundo que a veces maldigo, de tener seres queridos y querientes que más de una vez intento cambiar, de comer ese pan caliente, y beber ese vino, de caminar esas calles, y de sentir ese viento incasable, de tratar a pesar de enfurecerme mil veces, de no hacerlo nunca más. Posiblemente sean comportamientos naturalizados a través de los años, y me enoja repetirlos, pero también de una cosa estoy seguro, que cada día y con la luz del “astro rey” cómo testigo, una elección asumo, tratar de ser feliz.
Por Agustín D´Alessandro
Me acuesto y hago un repaso de mi vida en milésimas de milésimas de centésimas de segundo. Momentos tristes, verdaderos, felices, creados. Y el "racconto" se torna vital.
El precipicio y el edén, blanco o negro (y un poco de gris). Intento escaparme a otra realidad menos pretenciosa, y me dejo llevar por el mar de reflexiones, navego feliz impregnado de ideas. Brotando entre palabras y rostros, vagando por aguas turbiamente bellas, hasta que la representación del “final” me lleva a ese interminable “triángulo de las bermudas”, mi propio límite. Entonces emerjo de ese letargo, refriego mis ojos me levanto. Y disfruto de ver una vez ese mundo que a veces maldigo, de tener seres queridos y querientes que más de una vez intento cambiar, de comer ese pan caliente, y beber ese vino, de caminar esas calles, y de sentir ese viento incasable, de tratar a pesar de enfurecerme mil veces, de no hacerlo nunca más. Posiblemente sean comportamientos naturalizados a través de los años, y me enoja repetirlos, pero también de una cosa estoy seguro, que cada día y con la luz del “astro rey” cómo testigo, una elección asumo, tratar de ser feliz.
Por Agustín D´Alessandro
miércoles, 26 de mayo de 2010
Visentenario
200 es el número, se escucha en el país. No son los goles de Palermo ni la edad de Mirtha Legrand, ampliamente superada la cifra en ambos casos. Sino que esta gran cantidad de días es lo que ha acontecido, para que al fin seamos libres (¿lo somos?).
Miles de luchas, protestas, y “autopistas de sangre” debieron pasar, gente y también personas, además de amores y odios. Para al menos comenzar a forjar una pequeña identidad.
Abuelos europeos huyendo de crisis, y aborígenes terrenales escapando al militar, insaciable bestia sedienta de imperio maldito. Y el mestizaje, y nuestros padres, y nosotros.
La frente alta de soldados e individuos orgullosos de ser, limpios de tierra verde, de montañas y mares “nuevos”, de pueblos que se crearon, paulatinos, de campo labrado, de sudor y de esclavitud negra, (gris y blanca).
Sociedades que transportaron lo bueno y lo malo del viejo continente. La organización y el caos, la inteligencia y la ignorancia provocada.
La civilización!!!, y la varvarie. -Perdón zi akí comienso a tenblar, ez ke la anguztia me roe la garganta, y me rezuena por las “benas aviertas”. Lo ke paza, pa ke ze entienda. Ez ke el zozlayo me dejo ái, a la bera del camino trasado con mi lomo y el de mis conpadres. Y los edifizios de los goviernos, los icimos nozotros, ladriyo a ladriyo. Io, i mis antepasáus, los povres. Y el zalmónn que come mi patrón, lo pescan mis amigos ayá en el mar. (¿deve zer grande eza laguna no?). Laz unicas vezes ke viage fue por los cuentos de “Doña Soledad”, mi patrona. Ez por ezo, ke io, cuando avlan del vicentenario, y escucho los mensages de festejo por la radio y ezaz cozaz, no entiendo mucho la fiesta nasional y todo ezo. I lavandera ke conosco, la unika, es mi muger.
Miles de luchas, protestas, y “autopistas de sangre” debieron pasar, gente y también personas, además de amores y odios. Para al menos comenzar a forjar una pequeña identidad.
Abuelos europeos huyendo de crisis, y aborígenes terrenales escapando al militar, insaciable bestia sedienta de imperio maldito. Y el mestizaje, y nuestros padres, y nosotros.
La frente alta de soldados e individuos orgullosos de ser, limpios de tierra verde, de montañas y mares “nuevos”, de pueblos que se crearon, paulatinos, de campo labrado, de sudor y de esclavitud negra, (gris y blanca).
Sociedades que transportaron lo bueno y lo malo del viejo continente. La organización y el caos, la inteligencia y la ignorancia provocada.
La civilización!!!, y la varvarie. -Perdón zi akí comienso a tenblar, ez ke la anguztia me roe la garganta, y me rezuena por las “benas aviertas”. Lo ke paza, pa ke ze entienda. Ez ke el zozlayo me dejo ái, a la bera del camino trasado con mi lomo y el de mis conpadres. Y los edifizios de los goviernos, los icimos nozotros, ladriyo a ladriyo. Io, i mis antepasáus, los povres. Y el zalmónn que come mi patrón, lo pescan mis amigos ayá en el mar. (¿deve zer grande eza laguna no?). Laz unicas vezes ke viage fue por los cuentos de “Doña Soledad”, mi patrona. Ez por ezo, ke io, cuando avlan del vicentenario, y escucho los mensages de festejo por la radio y ezaz cozaz, no entiendo mucho la fiesta nasional y todo ezo. I lavandera ke conosco, la unika, es mi muger.
lunes, 22 de marzo de 2010
1976*
La sombra inicua de tortura y violación,
se prolonga inerte aclamando al nuevo sol.
Las voces de 30.000 no callan con el viento,
Sobrevuelan las almas buscando su derrotero.
El infierno y el humo no se encuentran en el cielo,
pernoctan en la tierra tras de rostros sin velo.
Las ideas “compañeras” no se queman con fuego,
Transmigran por los cuerpos alimentando su ego.
La sangre asesina no se diluye en océanos,
vaga libre por los ríos férvidos del recuerdo.
Los desaparecidos no habitan el cementerio,
permanecen intactos, protagonistas de este cuento.
*A la memoria de Carlos Labolita y todos los desaparecidos, y a mi tía Gladis por su lucha perpetua.
Por Agustín D´Alessandro
se prolonga inerte aclamando al nuevo sol.
Las voces de 30.000 no callan con el viento,
Sobrevuelan las almas buscando su derrotero.
El infierno y el humo no se encuentran en el cielo,
pernoctan en la tierra tras de rostros sin velo.
Las ideas “compañeras” no se queman con fuego,
Transmigran por los cuerpos alimentando su ego.
La sangre asesina no se diluye en océanos,
vaga libre por los ríos férvidos del recuerdo.
Los desaparecidos no habitan el cementerio,
permanecen intactos, protagonistas de este cuento.
*A la memoria de Carlos Labolita y todos los desaparecidos, y a mi tía Gladis por su lucha perpetua.
Por Agustín D´Alessandro
jueves, 7 de enero de 2010
Pequeños Sarmiento
Mis grandes maestros no son académicos, ni siquiera eruditos del saber escolar.
Ni escritores, aunque debo confesar que a algunos, los admiro bastante.
Mis mejores profesores son los niños. Ellos no saben de álgebra (yo menos), ni de guerras mundiales, no conocen el orden de las palabras, ni de métodos pedagógicos, pero se entiende lo que plantean. Ellos no saben de la existencia de partidos políticos pero luchan por dos ideales verdaderos, mamá y papá.
Sus preguntas sobre cómo nacieron, desconciertan más que cualquier esbozo filosófico de Descartes o Kant.
Sus collage o pinturas de preescolar emocionan superando ampliamente a un Dalí, o a un Picasso.
Así cómo sus voces de pajarito emulando al cantante de turno, producen la alegría inexplicable de la felicidad, efímera.
Qué decir de sus abrazos. Verdaderos, intactos, suaves e infinitos. Cómo sus besos.
De su pequeñita grandeza emana la eterna enseñanza, del amor por sobre la razón.
Por Agustín D´Alessandro
Ni escritores, aunque debo confesar que a algunos, los admiro bastante.
Mis mejores profesores son los niños. Ellos no saben de álgebra (yo menos), ni de guerras mundiales, no conocen el orden de las palabras, ni de métodos pedagógicos, pero se entiende lo que plantean. Ellos no saben de la existencia de partidos políticos pero luchan por dos ideales verdaderos, mamá y papá.
Sus preguntas sobre cómo nacieron, desconciertan más que cualquier esbozo filosófico de Descartes o Kant.
Sus collage o pinturas de preescolar emocionan superando ampliamente a un Dalí, o a un Picasso.
Así cómo sus voces de pajarito emulando al cantante de turno, producen la alegría inexplicable de la felicidad, efímera.
Qué decir de sus abrazos. Verdaderos, intactos, suaves e infinitos. Cómo sus besos.
De su pequeñita grandeza emana la eterna enseñanza, del amor por sobre la razón.
Por Agustín D´Alessandro
miércoles, 2 de diciembre de 2009
E.S.M.A
Se despertó en el infierno (otra vez), las marcas de su espalda, ya eran parte de su cuerpo.
No intentó resistirse, para qué, si la única vez que lo hizo, el saldo fue peor. Además de lo habitual, y los golpes, esa vez hubo picana, y hasta quemaduras de cigarrillo.
Casi desmayada, por el placer del otro, deliró entre lágrimas agrias. Su madre apareció en la ventana, su bella madrecita, que la acunaba cantándole aquella vieja canción en italiano. Su mamita, que la protegía con sus ser, ante los embates de “la bestia”. Que ponía toda su femineidad al servicio del horror. Mientras dos, tres, miles, la ultrajaban, entre “risas pillas, entre bourbón.
Y los rezos frecuentes, cómo buscando la paz, y la pregunta de niña ¿existirá la paz?
La deseosa muerte, ¿tal vez me toque el cielo?, seguro allí me espera mamá.
El cordón de su zapato, -esos que me regaló la abuela, qué ganas de ver a la nona!!!, ya hace 256 días que no la veo-. El cordón gris, y largo, que la acompañaba al parque los sábados con Juancito. -También lo extraño a mi amigo Juan-. El pequeño cordón de zapatitos de niña de 11 años, recorre el cuello, lo circunda y se detiene. Y sus manitos, suaves de jugar a las muñecas, de preparar comida artificial. Se posan en cada punta del cordón. Se contraen sus puñitos, la pequeña no llora, tira con todas sus fuerzas, aprieta su cuellito, que cede como una fruta madura, joven. Y así, sin una sola gotita de llanto, va al encuentro de su mamita
Por Agustín D´Alessandro
No intentó resistirse, para qué, si la única vez que lo hizo, el saldo fue peor. Además de lo habitual, y los golpes, esa vez hubo picana, y hasta quemaduras de cigarrillo.
Casi desmayada, por el placer del otro, deliró entre lágrimas agrias. Su madre apareció en la ventana, su bella madrecita, que la acunaba cantándole aquella vieja canción en italiano. Su mamita, que la protegía con sus ser, ante los embates de “la bestia”. Que ponía toda su femineidad al servicio del horror. Mientras dos, tres, miles, la ultrajaban, entre “risas pillas, entre bourbón.
Y los rezos frecuentes, cómo buscando la paz, y la pregunta de niña ¿existirá la paz?
La deseosa muerte, ¿tal vez me toque el cielo?, seguro allí me espera mamá.
El cordón de su zapato, -esos que me regaló la abuela, qué ganas de ver a la nona!!!, ya hace 256 días que no la veo-. El cordón gris, y largo, que la acompañaba al parque los sábados con Juancito. -También lo extraño a mi amigo Juan-. El pequeño cordón de zapatitos de niña de 11 años, recorre el cuello, lo circunda y se detiene. Y sus manitos, suaves de jugar a las muñecas, de preparar comida artificial. Se posan en cada punta del cordón. Se contraen sus puñitos, la pequeña no llora, tira con todas sus fuerzas, aprieta su cuellito, que cede como una fruta madura, joven. Y así, sin una sola gotita de llanto, va al encuentro de su mamita
Por Agustín D´Alessandro
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