jueves, 7 de enero de 2010

Pequeños Sarmiento

Mis grandes maestros no son académicos, ni siquiera eruditos del saber escolar.
Ni escritores, aunque debo confesar que a algunos, los admiro bastante.
Mis mejores profesores son los niños. Ellos no saben de álgebra (yo menos), ni de guerras mundiales, no conocen el orden de las palabras, ni de métodos pedagógicos, pero se entiende lo que plantean. Ellos no saben de la existencia de partidos políticos pero luchan por dos ideales verdaderos, mamá y papá.
Sus preguntas sobre cómo nacieron, desconciertan más que cualquier esbozo filosófico de Descartes o Kant.
Sus collage o pinturas de preescolar emocionan superando ampliamente a un Dalí, o a un Picasso.
Así cómo sus voces de pajarito emulando al cantante de turno, producen la alegría inexplicable de la felicidad, efímera.
Qué decir de sus abrazos. Verdaderos, intactos, suaves e infinitos. Cómo sus besos.
De su pequeñita grandeza emana la eterna enseñanza, del amor por sobre la razón.

Por Agustín D´Alessandro

miércoles, 2 de diciembre de 2009

E.S.M.A

Se despertó en el infierno (otra vez), las marcas de su espalda, ya eran parte de su cuerpo.
No intentó resistirse, para qué, si la única vez que lo hizo, el saldo fue peor. Además de lo habitual, y los golpes, esa vez hubo picana, y hasta quemaduras de cigarrillo.
Casi desmayada, por el placer del otro, deliró entre lágrimas agrias. Su madre apareció en la ventana, su bella madrecita, que la acunaba cantándole aquella vieja canción en italiano. Su mamita, que la protegía con sus ser, ante los embates de “la bestia”. Que ponía toda su femineidad al servicio del horror. Mientras dos, tres, miles, la ultrajaban, entre “risas pillas, entre bourbón.
Y los rezos frecuentes, cómo buscando la paz, y la pregunta de niña ¿existirá la paz?
La deseosa muerte, ¿tal vez me toque el cielo?, seguro allí me espera mamá.
El cordón de su zapato, -esos que me regaló la abuela, qué ganas de ver a la nona!!!, ya hace 256 días que no la veo-. El cordón gris, y largo, que la acompañaba al parque los sábados con Juancito. -También lo extraño a mi amigo Juan-. El pequeño cordón de zapatitos de niña de 11 años, recorre el cuello, lo circunda y se detiene. Y sus manitos, suaves de jugar a las muñecas, de preparar comida artificial. Se posan en cada punta del cordón. Se contraen sus puñitos, la pequeña no llora, tira con todas sus fuerzas, aprieta su cuellito, que cede como una fruta madura, joven. Y así, sin una sola gotita de llanto, va al encuentro de su mamita

Por Agustín D´Alessandro

martes, 17 de noviembre de 2009

Inspiración volátil

Parte 1 (no llega…)
Tempestad, bullicio y calma
Vertientes saprofitas del asno,
Sonoridad, brutal halitosis killer
Del lechón kamikaze

Nodriza estéril, esperma volátil
La alondra sumisa al homínido
Asperja un geronte caquéctico
En su feto final
Parte 2 (llegó…)
La oviposiciòn ha eclosionado,
La flor da lugar al fruto
Que se nutre con savia de remotas hojas
Y la arista se cruza en un domo 3D
Misceláneo, polinizada…

Aparece en carrera suicida
Un escualo bípedo lanceolado
Que abandonó sus branquias pinnatisectas
En su afan de mito sexual

La juventud fagocita meses
Con ilusión osmótica,
Que en tácita libertad se nutre de la reja
Vistiendo camisa a rayas…

FIN

Por Daniel Martín (Tito) Joly

viernes, 13 de noviembre de 2009

Quiero ser senador*

Un senador yo quiero ser,
un senador amo y señor
y toda mi riqueza
llevarla para Suiza
donde la tiene Fort, Ricky Fort.

Un senador yo quiero ser,
un senador amo y señor
quedarme con el diezmo,
prometer boludeces
y venderles mi amor, amor

yo quiero convertirme
en alguien poderoso,
después robar la guita
y rajar cómo Grosso,
por eso yo te pido,
mi querido señor,
te ruego yo te imploro
me hagas senador.


Yo quiero que mi vida
Se base en la abundancia
Y viva mi existencia
Siempre tiráo de panza (arriba)
Yo quiero en mi vida
Ser el mejor ladrón
por eso hoy te pido
que me hagas senador


Yo quiero dar a todos
la luz de mi Palabra
que el corazón transforme
y las conciencias abra,
y compartir con nadie
la fortuna mayor
espero que me voten
para ser senador

Por Agustín D´Alessandro

* cualquier coincidencia con alguna canción eclesiastica, es mera coincidencia...

martes, 10 de noviembre de 2009

Solcito de noviembre

Ahí va Malena, inundada de alegría por la vida. Con sus patitas flaquitas y alargadas. Con pelitos de oro que el viento acaricia, a cada paso. Su sonrisa contagia. Puede estar acabándose el mundo, puede acontecer la tercera o cuarta guerra mundial (ya no se), pero esos dientecitos de princesita, y esos ojitos de ángel, detienen el tic-tac.
Es que ella no conoce al rey tiempo. Su mundo es de mamá, de papá, de aditas, de Barney, de Danonino, de abelos, de ai, efefi, atín, y de soñar. Es ese juego, al cuál todos dejamos de lado innecesariamente al crecer.
Descubriendo aromas, colores y palabras va, amando a sus perros y a los caballos. Con su idioma argento-chino-bebé. Dulce, cómo sus besos suaves y cristalinos. Con chichones que enseñan su camino. Con intentos de amistad, la cual termina cuando alguno de los bebés no quiere compartir más su juguete.
Regalito del cielo, viniste en días tristes, y con tu esencia pequeñita cómo el universo, nos contagiaste tu amor.
Yo, indefenso ante tanta nobleza, sólo te ofrezco mi mano, niñita. Caminemos juntos…


Por Agustín D´Alessandro

viernes, 6 de noviembre de 2009

SOBRE LA VERDÁ…

En estos versos via hablá
De la nueva sensación,
Que es guardarse la opinión
Para ser mas respetá
Y hasta a veces almiráu
Por parecer muy correcto
Aunque seas un insurrecto:
Mejor el pico cerrau…

Permítanme compañeros
Disentir su posición
Prefiero dar mi opinión
Sin miedo a ser criticau
el hombre que se ha quemáu
Profesando su verdá
Ya tendrá oportunidá
De un buen reconocimiento

No es que no le haya pifiao
Transitando mi camino
Es como si el destino
Me lo hubiera relatau:
Mejor haber caminau
Y rodao por el piso
Haciendo lo que uno quiso
Que lamentar por mandao…

Alguna vez he reído
Y otras veces lloraré
Pero no me guardaré
Lo que tenga pa cantá:
Primero esta mi verdá
El sello que convalida
Va a acompañarme en la vida
Mientras esté por acá…

FIN

Por Daniel Martín Jolý (Tito)

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Mi niñez

Nadie, sólo nosotros que salíamos a “conquistar el mundo”, de pasto, de bicicletas, de pelota, de tierra, de rostros colorados por el sol de la tarde.
A la hora de la siesta comenzaba la vida, era llegar rápido cada cual a su casa, dejar la pesadísima mochila, comer velozmente lo que mamá había preparado para el almuerzo con manos únicas, y su amor inigualable.
Y ahí sí, con el último bocado pidiendo permiso, con la cara empapada de falsa santidad, y de verdadera inocencia, papá aprobaba nuestra salida hacia la aventura diaria.
El timbre, un grito, o el simple chiflido con dos dedos en la boca, bastaban para que en pocos segundos nos encontráramos reunidos todos los niños, nadie se encargaba de llamar a los demás, sino que cómo en una comunión, cada quién conocía su rol y actuaba casi innato. Remeritas descoloridas y viejas, zapatillas sucias, pantalones cortitos, junto con el inmenso e inalcanzable cielo, y risas agudas se apoderaban de la tarde.
Pan y queso resolvían la cuestión, - vos vení para acá, ustedes vayan para allá-, y cuando queríamos acordar, nos encontrábamos divididos en equipos, poblando el “campito”, para comenzar una nueva final del mundo. Los rostros de chiquillos adorables se transformaban en caras que intentaban ser desafiantes, aunque los cuerpitos desgarbados, flacos, revelaban nuestra infantil forma de querer ser grandes. Lo que creíamos era el orgullo, estaba en juego.
Más de una vez esos partidos terminaban porque o a “Marito” lo llamaban para tomar el té, porque un auto reventaba nuevamente la pelota, o porque “Tincho”, “Yaca”, “el Negro”, “Armandito”, “Tavo”, “Pablito”, “el Pira” o quien fuera se agarraban a trompadas, dejando de lado la amistad incondicional. Por un rato, ya que cuando terminaba ese momento de riña, todos y cada uno, éramos igual, o más amigos que antes.
La leche chocolatada con galletitas, el yogur con cereales en lo de “Pali”, el pan con dulce de leche en lo de Bernabé antes de caminar para la escuela.
Y la casa abandonada. Refugio de posibles, fantasmas, o de señora mayor que vive sola, tenebrosa, con vestidos de abuela, pero más usados, raídos y grises. Con cabello hecho ceniza, con mirada penetrante y triste. Contraria a nuestra felicidad, de piedras contra su techo de chapas, de gambetas a su manguera con la cual intentaba mil veces mojarnos. De ring raje por el barrio, de golpes a la ventana de Pablo, quién nunca salía a jugar. Y pablo con su látigo, y con su ira, nos corría, presto a pegarnos, y nosotros que gritábamos y corríamos más fuerte que nunca hasta la vía, o lo más lejos posible con el sudor, y la risa llenándonos la infanta humanidad.
No reparábamos en el reloj, salvo los primeros días cuando algún pariente, o mi tía Gladis, me lo regalaba, era mostrárselo a los chicos, descifrar los innumerables botones, y listo. Ese aparato ya había cumplido su papel. El tiempo era eterno, nuestro.
Y que bien lo utilizábamos!!!, aparte del fútbol mil actividades preñaban los jornales, andar millones de kilómetros en bici, y hasta construir chozas. Ahí sí, la imagen femenina de mi hermana auspiciando de arquitecta, y al cabo de unas horas, teníamos refugio, satisfechos por la labor, observábamos la construcción desde todo punto posible, y disfrutábamos en el interior de la vivienda, hasta que otra mentecita genial, ideara algo nuevo. O hasta que llegara la noche, inalcanzables estrellas, prendidas, cómo nunca más lo estuvieron, refulgentes extensiones de luz infinita.
Y la voz firme, -Chicos adentrooo!!!, mamá o papá qué importaba, si igual se terminaba el paraíso, cansinos, entristecidos, y mugrientos retornábamos a nuestras casas. Otra vez la comida, el horrible baño. –andá vos primero, ayer fui yo-.
Y la cama, fresca, y el corazón cálido, interminables imágenes de lo vivido se cruzaban por mi cabeza. Que porrazo se pegó Adriano!!!, no me puedo errar ese gol, que burro!!!. Los ojitos bien abiertos en la gigantesca oscuridad del cuarto, con la puerta abierta. –Agustín dormí, dale que mañana tenés que ir a la escuela-. Minutos para evacuar esas imágenes que se habían apoderado de mí, y los deberes otra vez sin hacer. La culpa, -Má, Pá, que sueñen con los angelitos-, segundos eternos, y desde la otra habitación al unísono–Vos también hijo que sueñes con los angelitos-. Las persianitas de piel se cerraban derrotadas…

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