Y en ese instante el pensamiento que todo lo contamina, se desvanece, temporal.
Una parte de la vida (la más pequeña), se va por los recuerdos de la inexistencia, y brota la otra porción, la verdadera.
Ahí está la fiesta, con guirnaldas de cristal acuoso y helado, con el piar de pájaros y, los rayos invasores de un sol prematuro a pesar del frío otoño de mayo. Lo ocurrido segundos antes (o nunca), permanece ahí para siempre, en una infra-conciencia.
Uno se refriega los ojos sin saber bien para donde agarrar, mira el techo para convencerse de que algo existe, y revive.
Fecundado en la noche anterior por su misma reflexión, nace otra vez sin más ánimo ni obligación, que levantarse.
Por Agustín D´Alessandro
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
en un texto corto se pueden decir tantas cosas profundas y verdades. Excelente!
ResponderEliminar